El camino a casa

El camino a casa

Una intrépida acólita de la Fé Suprema, capitana de la nave "La Sombra del Alba" viaja a la lejana luna de Eletheia en su misión adoctrinadora para encontrarse con un misterio que otros aparentemente no han logrado desentrañar. ¿Se perderá en los confines del universo o encontrará el camino a casa?

K’rmen estaba de pie frente al mamparo de su camarote, su mirada perdida en la danza de las estrellas del sistema binario que iluminaba el vacío infinito. La nave Cristal orbitaba suavemente alrededor de las dos estrellas, sus superficies resplandeciendo con una intensidad cegadora, pero K’rmen parecía completamente absorta en la visión de ese universo lejano. A su lado, en una jaula cuántica flotante, sus dos aves de fuego enanas de Altair revoloteaban inquietas. Sus plumas emitían destellos de luz intermitentes, una especie de resplandor ígneo que parecía reflejar la complejidad del propio cosmos.

“¿Y mis chiquininis?” K’rmen preguntó con una sonrisa traviesa, la misma que siempre empleaba cuando quería hacer que las pequeñas criaturas desplegaran sus alas. En ese momento, las aves, que parecían apenas más grandes que el tamaño de su palma, se sacudieron en la jaula. A continuación, sus diminutas alas se abrieron con fuerza, liberando un torbellino de llamas que danzaron con furia a su alrededor. El aire en el camarote se volvió denso, lleno de calor, mientras las chispas de fuego flotaban por el espacio como diminutas estrellas fugaces.

K’rmen no pudo evitar reír al ver cómo las aves, excitadas, giraban en espirales llameantes. Esas criaturas, originarias de Altair, le traían una paz peculiar, un recordatorio de su hogar en el sistema donde las estrellas brillaban con una intensidad tan feroz como el mismo carácter de K’rmen.

El calor y la luz de las aves de fuego, una mezcla de belleza y peligro, la hacían sentir viva. Tal vez no fuera la aventura de viajar entre sistemas lo que más la emocionaba, sino esos pequeños momentos en los que el universo parecía detenerse para ella, como un espectador que observa el fuego en la lejanía.

K’rmen salió del camarote con paso firme, su mente aún resonando con los susurros del cosmos, pero ahora sentía una urgencia diferente, una necesidad de estar en el vacío, de ser parte de algo mayor que ella misma. Se dirigió al hangar, donde su nave monoplaza, de forma estilizada y ágil, la esperaba. La Sombra del Alba, como la había bautizado, era más que una nave para K’rmen: era una extensión de su propio ser. Su casco reflectante parecía un espejo en el que se reflejaban las estrellas, mientras que su sistema de control mental, alimentado por una interfaz neuronal avanzada, la conectaba profundamente con la nave. No había otro lugar donde K’rmen se sintiera más en paz, ni más libre.

El despegue fue suave. Un suspiro, casi imperceptible, y la nave comenzó a deslizarse hacia la inmensidad del espacio. K’rmen soltó un suspiro de alivio al sentir la familiaridad del control, su cuerpo alineado con la nave como si fueran una sola entidad. El vacío la rodeaba, y por un momento, la vastedad del universo parecía ofrecerle una quietud que no encontraba en otros lugares. Aquí, en la Sombra del Alba, K’rmen podía meditar, dejar atrás las presiones de la nave Cristal, de la tripulación, de la galaxia misma.

A lo largo de su vida, K’rmen había mantenido una relación profunda con la eclesiarquía galáctica. Su juventud estuvo marcada por la disciplina de la scholam gestionada por miembros del Z’ltan, un culto que había moldeado su temprana comprensión del cosmos y la espiritualidad. Los valores del Z’ltan la habían acompañado durante años: fe en lo divino, devoción al conocimiento y a la preservación de las tradiciones sagradas. Sin embargo, al llegar a la mitad de su vida, algo cambió dentro de ella. La vastedad del espacio, la constante interacción con culturas y creencias de todos los rincones del universo, la hicieron cuestionarse los dogmas rígidos que había aprendido.

Así fue como adoptó la Fé Absoluta, una creencia que no solo transformó su espiritualidad, sino también su perspectiva sobre la vida misma. La Fé Absoluta enseñaba que el cosmos era un reflejo de una verdad universal, una verdad que trascendía los límites de las religiones y los sistemas de creencias preexistentes. Exigía de sus fieles no solo una observación estricta de sus principios, sino también una acción activa para propagar esa verdad entre los distintos sistemas estelares. No bastaba con meditar, con orar o con ser devoto; los seguidores de la Fé Absoluta tenían la obligación de llevar su mensaje a los rincones más lejanos de la galaxia, de compartir su comprensión del cosmos con aquellos que aún vivían atrapados en viejas doctrinas. Para K’rmen, este mandato no solo era un llamado religioso, sino una misión que definía su propósito en la vastedad del espacio.

A medida que se adentraba en la oscuridad, las luces de las estrellas destellaban en el horizonte, y K’rmen sintió la llamada de su nueva fe más fuerte que nunca. Este viaje, como todos los demás, era más que un simple paseo a través del vacío; era una oportunidad para reflexionar, para escuchar las voces del universo, y tal vez, para encontrar la respuesta a la siguiente gran pregunta que definiría su destino.

Al fin y al cabo, K’rmen se dirigía a un destino específico. La Sombra del Alba se adentraba en el espacio cercano a una de las lunas del tercer planeta del sistema binario. Este pequeño satélite, conocido como Eletheia, tenía una atmósfera débil, pero lo suficiente para permitir el asentamiento de los colonos hacía ya varias generaciones. El horizonte de la luna mostraba paisajes áridos, con pequeñas comunidades que luchaban por sobrevivir en un entorno aparentemente implacable, pero sin embargo, estas personas se habían adaptado, creando hogares entre las montañas de polvo y las vastas llanuras de roca.

La razón de su visita era sencilla, aunque no menos significativa: como parte de su itinerario personal de la Fé Absoluta, K’rmen debía visitar y fortalecer los lazos con los asentamientos más alejados del universo conocido. Cada fiel, al alcanzar un nivel avanzado dentro de la Fé, debía completar una ruta que atravesaba diversos mundos y lunas, llevando con ella las enseñanzas sagradas y propiciando la expansión de la Fe en aquellos lugares que aún no la conocían. No era solo un viaje de meditación o reflexión personal, sino una obligación que pesaba sobre los hombros de cada devoto: propagar la Fé Absoluta.

Para K’rmen, la misión era clara, aunque su objetivo trascendiera lo mundano. La Fé Absoluta no solo era un conjunto de principios, sino una fuerza en expansión, una red que se extendía por la galaxia. Esta red no tenía fronteras, ni límites visibles. Los fieles que completaban su itinerario personal, como ella misma lo hacía ahora, eran liberados para llevar el mensaje más allá de los confines conocidos por la civilización Pinmotanner, aquella organización galáctica que aún gobernaba muchos sectores del espacio conocido. A medida que los devotos avanzaban en su viaje, sus corazones se alineaban con el cosmos, y comprendían que su misión no era sólo religiosa, sino una que formaba parte de un propósito mayor: la armonización del universo bajo un solo principio, la verdad de la Fé Absoluta.

K’rmen, mientras maniobraba su nave hacia la atmósfera de Eletheia, se sentía profundamente conectada con el flujo universal. Sabía que este era solo un capítulo más en su largo camino, uno que la llevaría, eventualmente, a fronteras aún más lejanas, a mundos más desconocidos, y posiblemente, a revelar secretos que cambiarían para siempre la naturaleza misma del cosmos.

Durante semanas, K’rmen se dedicó a enseñar y compartir los principios de la Fé Absoluta con los eruditos del asentamiento de Eletheia. Su conocimiento y dedicación fueron bien recibidos, y para su regocijo, descubrió que varios adeptos de la Fé ya habían visitado la luna en los últimos siglos estándar. Aquellos que se habían adelantado en su camino espiritual habían encontrado algo valioso en este remoto asentamiento, una especie de santuario en medio de la vastedad de la galaxia.

Sin embargo, cuando preguntó por el destino de aquellos que habían seguido el camino de la Fé, se encontró con una respuesta inesperada. Alhazred, el erudito de mayor nivel y venerado por la comunidad, le explicó que ninguno de los adeptos había salido jamás de la luna. El relato era inquietante: todos los que habían llegado con la misión de propagar la Fé se habían adentrado en unos antiguos túneles subterráneos. Estos pasajes, según decía Alhazred, existían mucho antes de que su pueblo se asentase en Eletheia. Nadie sabía con certeza quién los había construido o por qué, pero se decía que eran tan antiguos como la propia luna, que resonaban con los ecos de un tiempo y una civilización olvidada.

Lo que más sorprendió a K’rmen fue la leyenda que Alhazred compartió. Según los relatos transmitidos de generación en generación, aquellos que entraban en los túneles lo hacían atraídos por una mítica «puerta al confín de la realidad». Esta puerta, que según las historias solo los más puros de corazón podían encontrar, prometía revelar los secretos más profundos del cosmos, una verdad que trascendía las limitaciones de la existencia material. Para muchos, era solo una leyenda, un cuento entre los habitantes de la luna. Pero para aquellos que se habían adentrado en los túneles, parecía ser un llamado irresistible.

K’rmen se sintió intrigada. La Fé Absoluta había sido capaz de conectar a los pueblos de la galaxia, pero esta leyenda… este misterio antiguo, estaba más allá de cualquier doctrina religiosa que hubiese conocido. Algo en ella se despertó, una curiosidad que nunca antes había sentido. ¿Qué se encontraría realmente en esos túneles? ¿Era posible que la puerta al confín de la realidad existiera realmente, y si era así, qué significaba para su misión, para la Fé Absoluta?

A pesar de la advertencia implícita de Alhazred, quien parecía vislumbrar la gravedad de lo que K’rmen quería explorar, algo en su interior la impulsó a buscar las respuestas que esos túneles prometían ofrecer. Sabía que, tal vez, su propósito como devota de la Fé Absoluta no era solo difundir la verdad, sino también desvelar los misterios que aún quedaban en las sombras del universo.

Como no podía ser de otra forma, el espíritu indómito de K’rmen la impulsó a adentrarse en las profundas cavernas de Eletheia. La promesa de conocimiento ancestral, de una verdad más allá de los confines de la realidad tal y como la conocía, fue un llamado que no pudo resistir. A pesar de las advertencias de Alhazred y los murmullos entre los habitantes del asentamiento, algo dentro de ella la empujaba a explorar lo desconocido. La Fé Absoluta, en su búsqueda incesante de la verdad, no podía permitirse ignorar los secretos que los túneles escondían, incluso si esos secretos eran más antiguos que cualquier fe conocida.

Durante días, K’rmen deambuló por los corredores subterráneos. Las instalaciones de la cueva, aunque rudimentarias en comparación con las maravillas tecnológicas de la civilización Pinmotanner, eran impresionantes en su simplicidad. La iluminación, ventilación y calefacción de los pasajes eran el producto de una ciencia antigua que aún preservaba la esencia de un tiempo perdido. En algunos puntos, las paredes parecían resonar con una energía latente, como si los túneles mismos estuvieran vivos, observando su presencia.

A medida que avanzaba, la sensación de ser observada crecía. Cada paso parecía más pesado que el anterior, la quietud del lugar densa y llena de ecos. La misteriosa energía de los túneles parecía influir en sus pensamientos, como si cada rincón de la caverna susurrara secretos olvidados.

Finalmente, después de lo que le pareció una eternidad, llegó a una pequeña sala que parecía surgir de la nada. No era grande, pero el aire dentro de ella estaba impregnado de una quietud intensa. En el centro de la sala descansaba un objeto que llamó inmediatamente la atención de K’rmen: un elemento esférico, flotando en el aire, a unos pocos centímetros del suelo. Era de un material que no podía identificar a simple vista, su superficie parecía absorber la luz a su alrededor, emitiendo un tenue resplandor que, en lugar de iluminar, hacía que las sombras danzaran y se estiraran a su alrededor. El objeto era mayor que la palma de su mano, pero no tan grande como para parecer abrumador. Sin embargo, su presencia era imponente, como si desbordara una energía contenida, esperando a ser liberada.

K’rmen, cautelosa pero decidida, se acercó al objeto. Sentía una extraña mezcla de fascinación y temor, como si el mismo aire en la sala estuviera cargado de una energía primordial. Cada paso que daba hacia el esférico la conectaba más con ese misterioso llamado, una llamada que no solo venía de los túneles, sino de algo mucho más profundo, una parte de sí misma que había permanecido oculta hasta entonces.

El objeto parecía estar esperándola, como si la reconociera, como si supiera que ella, en su busca por la verdad absoluta, estaba destinada a encontrarlo. ¿Qué secretos guardaría? ¿Sería esto la puerta que todos los adeptos mencionaban, la clave para entender el confín de la realidad?

K’rmen sostuvo la esfera entre sus manos, la suavidad del objeto y su calidez parecían fusionarse con su propia energía. Al tocarla, una sensación de serenidad comenzó a envolverla. Primero fue un susurro, casi imperceptible, en su mente, y luego una calma profunda que se extendió por todo su cuerpo. No solo su cuerpo, sino su conciencia misma comenzó a disolverse en la quietud de ese momento. Fue como si la esfera hubiera desbloqueado algo en su interior, una parte oculta de sí misma, un rincón olvidado de su ser.

De repente, una oleada de recuerdos la inundó. Se vio a sí misma, años atrás, en su hogar en lcs-A3, un mundo lejano y distante, rodeada de su familia. Era joven nuevamente, llena de esperanza y emoción por el futuro que le esperaba. Recordó las tardes cálidas bajo el cielo del planeta, las conversaciones en su casa, la risa de los niños, las canciones. 

Las lágrimas brotaron espontáneamente de sus ojos, un torrente que no había experimentado en años. Sentía una felicidad pura, un bienestar profundo y reconfortante. Aquella visión de su hogar la envolvía por completo, y por un momento, sintió que no quería abandonar ese lugar, esa sensación. Todo lo que había perdido por el paso del tiempo parecía estar a su alcance nuevamente. Decidió quedarse en ese instante, para siempre, rodeada de los suyos, en ese lugar donde la paz reinaba, donde la vida era simple y el futuro estaba lleno de posibilidades.

Pero desde el exterior, la realidad que percibiría un extraño era bien diferente. A los ojos de cualquier observador ajeno, la imagen que K’rmen proyectaba sería otra. Mientras se perdía en sus recuerdos, el cuerpo de K’rmen permanecía inmóvil en la pequeña sala subterránea, con las manos aún sosteniendo la esfera. Aquellos que pudieran estar observando desde fuera habrían visto cómo su rostro se llenaba de lágrimas, cómo la emoción la invadía.Tras unos segundos de intensa concentración, la figura de K’rmen comenzó a desvanecerse lentamente en el aire. Primero sus contornos, luego sus detalles, hasta que la sala quedó vacía, sin rastro de la presencia de la mujer que una vez había estado allí.

Era como si K’rmen nunca hubiera existido en ese lugar, como si el instante que había elegido para quedarse para siempre fuera, en realidad, un puente hacia algo mucho más profundo, un destino que escapaba a las leyes de la física y la percepción conocidas. 

La esfera cayó de nuevo a su soporte, inerte, donde se dispuso a esperar al próximo visitante. En su interior, una conciencia vieja como el tiempo se sintió satisfecha de nuevo. Sus creadores habían ayudado a otro ser a trascender los límites de la realidad, satisfecha, la entidad se fue desconectando poco a poco y volvió a su sueño eterno.

HERRAMIENTA

ChatGPT - versión: GPT-4

PROMPTS

Idea original de Dortor Straño, texto editado por ChatGPT