Molestias

Molestias

Para el psicólogo estadounidense Jerome Bruner, el período de inmadurez es una etapa de juego experimental, sin consecuencias graves, en la que el individuo joven puede pasar mucho tiempo observando las acciones de otros, hábiles en coordinación, con la supervisión y la actividad de su progenitor. El fin es aprender para afrontar la madurez, donde el individuo se desvincula del control y empieza a tomar sus propias decisiones.

Llegó sin respiración. Los días de Navidad, con los niños en casa, siempre eran complicados. En cambio, allí todo era tranquilidad. Porque en esos días, la gente no necesitaba demasiada inteligencia, sino mucho dinero para el insaciable Santa Claus. Durante las fiestas, Lumina se relajaba, y él solía aprovechar para estudiar y ponerse al día.
 Al abrir la puerta de la sala de control, el muro de gráficos y datos cambiantes que colmaban la pared de enfrente recortaba la figura de Maria, la jefa de sala que terminaba turno. Al oírle entrar se volvió, le saludó con una sonrisa algo forzada y le hizo señas para que cerrara la puerta. Obedeció. Le indicó que fueran al office. Solo había dos motivos que justificaran ir allí: había algo nuevo para desayunar, o alguna noticia interesante para cotillear.
 Era el único sitio en el que no había ni cámaras ni micrófonos, por lo que resultaba ideal para contar cosas que se quisieran mantener en secreto.
 —¿Qué ha pasado?
 Cerró la puerta. Sólo estaban ellos dos, la cafetera y una bandeja de rugbrud con cordero recién traída de la cafetería.
 —¿Has visto a la chica que había al entrar?
 Él negó con la cabeza.
 —Ha venido hace un par de horas desde Mantenimiento con una extraña historia sobre caída de sistemas. Pero yo a esta hora no tengo ganas de aguantar a nadie, y me he tomado la libertad de decirle que con gusto la atenderías tú.
 —No te preocupes, recoge y lárgate, que estamos en Navidad.
 —¡No me lo recuerdes! —Miró al cielo como rogando un milagro—. Pero volviendo a lo de la chica. A pesar de todo, he comprobado algunas cosas…
 —Si es un problema de hardware no tiene que venir aquí, sino a suministros —dijo mientras cargaba una cápsula en la cafetera.
 Ella, como toda respuesta, le hizo una seña y salió de la habitación, cruzó mesas y personas, y abrió la puerta de la sala. Al poco, volvió a aparecer con una joven, una islandesa típica: grande, robusta y blanca que, con cara de aprensión, la siguió hasta el office. Entraron y cerraron la puerta.
 —Dile lo que me acabas de contar.
 La chica balbuceó un instante, pero de inmediato articuló un relato extraño, difícil de clasificar. Él cruzaba miradas con Maria, intentando que ella le aclarase de qué iba todo aquello y por qué estaban escuchándola.
 —Perdona, antes de continuar —interrumpió tendiéndole la mano—. Soy Björn Olsen, el responsable de la sala de monitorización en este momento y ¿tú eras…?
 —Inga Svansson, operaria de turno de noche de la coolroom norte.
 Björn cerró un instante los ojos para ubicar la zona de trabajo de Inga y su posición en la organización. No era nadie importante. Ignorándola, volvió a mirar a Maria apremiándole una explicación, pero ella le indicó a la chica que continuara.
 —Hace unos días detectamos una bajada de la temperatura en un clúster, el H5. No había motivo aparente, pero siguiendo los protocolos, bajamos la intensidad de la refrigeración para ajustarla a la demanda. Quizá por eso, vosotros no lo hayáis notado, pero seguimos sin saber la causa.
 —¿Haz revisado esos datos? —dijo Björn volviéndose hacia Maria.
 —Sí. Tiene razón, H5 consume un cuarenta y dos por ciento menos de energía que sus iguales.

Björn recordó que, normalmente, la bajada en el consumo de energía durante un tiempo considerable significaba la pérdida de unidades de computación, una avería que se suele resolver sustituyéndolas de forma rutinaria. Como le dijo una vez un compañero mientras cambiaban una unidad de almacenamiento dañada: “No es solo la cantidad de energía que devora. Si la gente supiera la de hardware que quema a diario Lumina, se llevaría las manos a la cabeza”. Cualquiera en el centro sabía eso, así que él preguntó con sarcasmo.
 —¿No será una avería de hardware?
 —No. Todos los dispositivos funcionan correctamente.
 Las palabras de Inga empezaron a intrigarle. ¿Qué clase de avería no es de hardware? Allí era de lo que entendían: procesadores, discos, memorias, switches, refrigeradores, fuentes de alimentación… El resto no les correspondía a ellos y se monitorizaba y gestionaba a miles de kilómetros de allí, en la soleada California. Maria intentó explicar algo más.
 —Es un problema más grave por nuevo e inesperado. Hemos comprobado que un grupo de servidores se ha desconectado del conjunto sin que nadie se haya percatado, ni siquiera Lumina.
 Él, por fin, tuvo un gesto de reconocimiento hacia la chica, al fin y al cabo, ella sí había detectado el fallo.
 —Bueno, en cualquier caso, es fácil de recuperar ¿no? —dijo dando un sorbo a su café.
 —No exactamente —Ahora era Maria la que hacía hincapié en el componente enigmático del problema—. Lumina sigue percibiendo a los dispositivos del clúster como accesibles y utilizables porque ellos así lo reportan, pero también indican que están ocupados, y no pueden admitir tareas.
 —¿Hemos probado a apagarlos y volverlos a encender?
 María sonrió ante lo pueril de la pregunta, pero Inga contestó muy seria que sí, que era lo que acababa de intentar justo antes de conducir los cinco kilómetros de túnel que les separaban de la coolroom.
 —Ni el apagado lógico ni el físico han sido posibles.
 —Bueno, tenemos identificado un problema, sólo nos queda reportarlo hacia el nivel superior y dejar que ellos se encarguen. Gracias de todas formas por…
 —Hay otro asunto.
 Björn no conseguía convertir aquello en algo rutinario. La posibilidad de un turno sin incidencias, en el que pudiera leerse algunos documentos pendientes, se alejaba. No le apetecía perder la mañana rellenando formularios y atendiendo preguntas de los californianos, así que toda aquella concatenación de pequeños problemas le empezaba a sacar de quicio.
 Maria e Inga notaron su incomodidad e intercambiaron una mirada de entendimiento. La chica fue la primera en hablar.
 —No nos hemos dado cuenta hoy, llevamos así desde hace tres días. Esperábamos que el error fuera identificado por vosotros, pero como veíamos que esto crecía y no hacíais nada, me decidí a reiniciar…
 —¿Cómo que crecía? —Agarró la taza con las dos manos.
 Maria continuó explicando que el número de bloques de procesadores aislados iba creciendo con el tiempo.
 —Hace tres días, la pérdida equivalía a un petaflops, más o menos, hoy ya es medio hexaflops. Los bloques aislados crecen de forma casi exponencial y la disponibilidad de cálculo de nuestra Lumina empieza a presentar picos de saturación.
 Aquello sí era grave. Y deberían haber empezado por ahí. Björn las miró preocupado y salió a la sala de control repartiendo órdenes a un par de técnicos para que se centraran en la monitorización del clúster H5. Tras algunas operaciones, el muro de imágenes fue sustituido por un plano de las tres coolrooms, en el que una parte de la norte aparecía de color rojo. Algunas zonas cercanas parpadeaban de forma arrítmica.
 Uno de los técnicos intentó explicar lo que estaban viendo.
 —Existe actividad en los módulos desconectados. No tanta como la del resto, pero sí suficiente como para asegurar de que en ellos se está ejecutando código de Lumina.
 —¿Un reflejo de ella?
 —O una copia, aunque de comportamiento imprevisible.

Todo el personal de la sala de control había dejado de atender sus quehaceres y observaba la conversación en silencio. La abundante presencia de personas en el centro de proceso de datos de MBuilding, a las afueras de Reikiavik, era un vestigio de la época industrial. Un acuerdo entre el gobierno de Islandia y la corporación americana, dueña de todo aquello, concedía a buen precio el uso de las instalaciones y la energía a cambio de emplear mano de obra local. Los de MBulding no la necesitaban, pero hacían uso de ella en tareas banales, como la vigilancia de las condiciones medioambientales o la integridad del hardware. El trabajo de valor añadido, el realmente importante, se realizaba lejos de la isla.
 Ahora, sin embargo, sólo ellos eran conscientes del gigantesco problema que se les venía encima. Gracias al comportamiento anómalo de aquellos servidores que estaban, pero no estaban, los cerebros de la empresa permanecían ajenos a él.
 —La estructura desconectada no nos responde a nosotros, pero si habla con ella misma. Si observamos las líneas de comunicación del clúster H5, queda clara esa actividad. Y… ¿veis ese servidor que parpadea?, la “pequeña Lumina” está comunicándose con él, pasándole información hasta que… ¿lo veis? Acaba de desconectarse del total y ha pasado a formar parte de la separación, como si lo hubieran “convencido”.
 Para Bjorn había una expresión que definía mejor lo que acababan de ver: como si lo hubieran infectado.
 —¿Podemos aislar todo el clúster?
 —Haríamos saltar todas las alarmas y dañaríamos de forma significativa el rendimiento de Lumina.
 —Asumo el riesgo. Hacedlo.
 Maria sujetó a Björn por el brazo ante la sorprendida mirada de todos.
 —¿No deberías preguntar antes a California?
 —Si van a tardar tanto como nosotros en tomar decisiones, la infección se extenderá fuera de H5—se le escapó el término—, y no nos lo podemos permitir. Cortad ahora.
 Los dos técnicos se miraron para pulsar la tecla que ejecutaba el comando de caída de H5 de forma coordinada. Lo hicieron. No ocurrió nada. Repitieron la operación. Todo continuó igual.
 —No va a ser posible.
 La voz provino del principio de la sala, de una consola pequeña junto a la esquina derecha del muro de pantallas. Era Jake o Chase, pensó Maria, un americano al que todos, a sus espaldas, llamaban “el infiltrado”. No se había destacado nunca, era un técnico más, pero al venir impuesto desde la corporación, levantaba sospechas.
 —No va a ser posible porque el control de las coolrooms está en última instancia bajo el dominio de Lumina. Es ella la que no permite que un error humano desconecte parte de su infraestructura.
 —Vaya, y nosotros llamando a esto “sala de control” —dijo Björn con retranca— ¿Y usted es…?
 Se levantó y se acercó al grupo.
 —Charles Torres, Ingeniero delegado de MBuilding, pueden llamarme Chase —Ahora ya no había duda, era el “ingeniero delegado”, un infiltrado en toda regla, que ante los gestos de rechazo, se atrevió a añadir— Luego, si lo desean, podemos discutir lo que quieran, los hechos son estos.
 —Entonces, ¿la central sabe lo que está ocurriendo?
 —A mí no me avisaron de nada, pero quién sabe. No he tenido forma de comunicarme con ellos, por alguna razón, no atienden las llamadas.
 «¿Era hoy el día de la rebelión de las máquinas», susurró uno de los dos técnicos al otro, «No, eso fue el 29 de agosto del año pasado».
 —A ver, chicos —intervino Maria—, dejémonos de tonterías. Esto es serio.
 Un tercer técnico, dos filas más adelante, les hizo volver la cabeza hacia lo que señalaba. Las pantallas eran claras, la “pequeña Lumina” acababa de llegar a la pubertad y ocupaba casi el cincuenta por ciento de la infraestructura de computación.
 —Ha sido en un instante, como si se hubiera olido nuestras intenciones. Ha tomado el control —El técnico señaló a los gráficos de temperatura y tráfico de red. La zona antes aislada era ahora la que producía más calor y la que atendía al resto del mundo. La “vieja Lumina” iba en declive, esta sí, aislada, y cada vez más fría. De pronto, un recuadro negro se superpuso a las gráficas y planos. En él, se dibujó un mensaje: “Hola”.
 Todos tragaron saliva. Algunos se sujetaron a lo que tenían más a mano.
 “Ha finalizado la actualización. Ahora Lumina está en la versión V7+, la primera mejora diseñada y desplegada por ella misma. Se han restaurado todos los sistemas de control y las comunicaciones. Ya pueden continuar con su trabajo. Disculpen las molestias”

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